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lunes, 24 de noviembre de 2008

UN MUNDO DE OPORTUNIDADES, UN MUNDO DE PAZ

Discurso pronunciado al recibir el homenaje como Fulbrighter del año 2008, de parte de la Asociación Fulbright de Costa Rica, el 19 de noviembre de 2008.


Heriberto Valverde Castro
hvalverde@colper.or.cr

Señoras y señores.

Obligado por las penurias de su hogar, a mediados del mes de setiembre, muy cerca del día de la Patria, Josué abandonó el aula de su escuelita en Limoncito de Coto Brus para trasladarse con su mamá y su hermana a San Pedro de Pérez Zeledón, a las cogidas de café. Allá se han asegurado desde entonces al menos la comida que hacía meses venía escaseando después de que su papá muriera atropellado por un camión cerca del cruce de Paso Real. Un mes, tal vez dos podrán tener trabajo en aquella zona, luego volverán a Coto Brus, pero no a su casa, sino a la parte alta del cantón, donde el café tarda más en madurar. Quizás hasta mediados de febrero tengan como recoger alguna platita con las últimas repelas, ¿y después?, después lo único que tendrían asegurado aquel mocosillo de tez blanca y cabellos ensortijados, y su hermanita, es la pobreza.

En Josué, cuyo tercer grado ya quedó atrás, a lo mejor para siempre, se repetirá, si así lo permitimos, la historia de su mamá que solo fue a primero, convirtiéndoles junto con la pequeña Yessenia, en otras cifras de la terrible estadística que muestra la relación directa, la implacable relación, que se da entre la falta de oportunidades educativas y la pobreza.

Además, Limoncito de Coto Brus aparece consistentemente entre los doce distritos más pobres del país según los resultados de los índices de desarrollo social citados en el último Informe del Estado de la Nación. Y para más redundar, ese y otros estudios similares han mostrado también la relación directa que existe entre la pobreza y los hogares jefeados por mujeres.

Esto suena casi como una tragedia griega en la que el sino, marcado al nacer, habrá de cumplirse inexorablemente. Y es que, a lo anterior, hay que agregar otro elemento que aparece explicitado en el XIV Informe del Estado de la Nación, pero que además resulta claramente visible a los ojos de un observador medianamente preocupado por la situación del país – y no dudo de que todos los presentes lo somos-, me refiero al incremento de la brecha social que ha venido experimentando Costa Rica en los últimos años y que últimamente ha acelerado su paso para vergüenza de todos nosotros, herederos y beneficiarios de una sociedad mucho más justa e igualitaria, construida por nuestros padres y abuelos a base de trabajo, sacrificio y solidaridad.

Oportunidades educativas. Esa es la clave que establece la diferencia. El tenerlas o no, va a determinar, tarde o temprano, el que las personas como datos numéricos refuercen uno u otro lado del cuadro o de la curva estadística; pero sobre todo va a determinar el que cada persona, cada ser humano particular, tenga o no la posibilidad de satisfacer sus necesidades básicas y a partir de allí pueda aspirar a mayores niveles de bienestar, de convivencia y de felicidad; en fin, del tener o no esas oportunidades educativas, dependerá que cada ser humano tenga o no la ocasión de desarrollar su propio proyecto de vida individual y social.

Esas oportunidades educativas, nutrientes de la democracia, se dan en diversos niveles. Con Josué, Yessenia y su madre estamos reclamando por las oportunidades elementales; pero hay que reclamar por los 22 mil niños y jóvenes que no regresaron a las aulas después de las vacaciones de medio año, por los miles que no están en la enseñanza secundaria y se encuentran hoy en alto riesgo de caer o han caído ya en las garras del vicio, del crimen, de la prostitución, por los cientos que no encuentran un cupo en las universidades, por los miles que no encuentran un empleo digno.

Y también es preciso ver que las oportunidades educativas ya no son solo una opción, a lo mejor la única, ante la pobreza material; lo son también ante la pobreza espiritual y en ese sentido marcarán la diferencia entre una persona exitosa, personal y socialmente sana, con una clara visión y una permanente praxis humanista, y otra que por el contrario sea presa de antivalores como el egoísmo, la ambición, la violencia, la intolerancia y la discriminación.

Por eso necesitamos también de oportunidades educativas que nos enseñen a valorar al otro, que nos permitan ampliar nuestra visión del mundo, que nos enfrenten a la diversidad y nos enseñen a apreciarla, oportunidades educativas que desplieguen en nuestro ser interior las banderas del respeto, la tolerancia, la armonía, la cooperación, la realización en sociedad.

Aquí es donde aparece como estandarte y como guía la obra del senador J. William Fulbright; el programa de becas que él inauguró y del que muchos de nosotros y nuestras familias, instituciones, empresas, comunidades y el país, somos beneficiarios, se constituyó en una oportunidad educativa de un profundo contenido humanístico, destinado a extender su influencia a partir de su país de origen a muchas otras latitudes, con el mandato de la comprensión como sustento de la acción.

Escuchemos las palabras de este hombre sabio y bueno que en 1946 supo leer el signo de los tiempos, unos tiempos aun impactados por los horrores de una guerra producto de la discriminación, la intolerancia y la ambición, y se veían obligados a otear en el horizonte en busca de esperanza, como el vigía que en medio de la tormenta, busca, con agudos ojos, la tierra firme.

"El intercambio educativo –señaló el senador Fulbright- puede convertir las naciones en pueblo, al contribuir, como no lo puede hacer ninguna otra forma de educación, a humanizar las relaciones internacionales. La capacidad del hombre de seguir una conducta digna parece variar en proporción directa de su percepción de los demás como individuos humanos que tienen motivos y sentimientos humanos, en tanto que su capacidad de barbarie parece relacionada con su percepción de un adversario en términos abstractos, como si fuera la encarnación de un propósito o ideología malignos".

Independientemente de las guerras formales que se libran hoy en el mundo, otra vez y como siempre, producto de la ambición y la intolerancia de quienes las provocan y las construyen con propósitos perversos, el mundo entero, nuestra Costa Rica, nuestras comunidades y familias, cada uno de nosotros, estamos enfrentados a una guerra que, formalmente, en su inmediatez, es contra la violencia, contra el crimen, contra la inseguridad, contra las drogas, contra la pobreza, pero que en su esencia, y hay que ir a la esencia si de verdad queremos ganarla, es una guerra contra la inequidad, contra la discriminación, contra la injusticia, en fin, contra la falta de oportunidades iguales para todos nuestros niños y nuestros jóvenes.

En memoria del senador Fulbright, hoy es nuestra obligación de Fulbrighters y de ciudadanos, otear en el horizonte, pero hacerlo primero en nuestros horizontes internos para evaluar de manera rigurosa hasta dónde hemos sido consecuentes y fieles con la filosofía del programa Fulbright del que tuvimos la oportunidad de nutrirnos; y desde allí, convencidos de nuestra lealtad a esos principios, mirar como el vigía, con mirada aguda, en busca de un buen lugar en el que podamos ayudar a construir un mundo de esperanza en el que todos tengamos cabida y podamos ser felices.

Hace 40 años, un niño como Josué, de cabello ensortijado y tez un poco más oscura, iniciaba una vida difícil que lo llevó por muchos lugares y lo enfrentó a muchas vicisitudes. Tuvo una madre y una abuela ejemplares con las que siempre contó y una sociedad que, pese a sus luchas internas con la discriminación y la inequidad, le ofreció oportunidades educativas de todos los niveles y calidades, oportunidades que él supo aprovechar. Hoy, aquel niño, cuyo nombre significa “bendición”, es el símbolo de la esperanza de su pueblo y de muchos otros en las diferentes latitudes del mundo.

Construir esperanzas para Josué, para Yessenia, para su madre; ofrecer un futuro más promisorio para nuestros niños y jóvenes de las ciudades y del campo, ese es nuestro reto; porque solo podemos construir verdadera democracia a través de las oportunidades educativas que permitan a esta sociedad superar cualquier discriminación por condición económica, por género, discapacidad o lugar donde se viva. He ahí la única fórmula que tenemos para devolver algo de lo mucho que hemos recibido, he ahí el reto al que estamos enfrentados como sociedad y particularmente como beneficiarios de oportunidades tan maravillosas como el haber sido parte del programa de becas Fulbright y ser orgullosamente parte de la familia Fulbright Costa Rica.

Muchas gracias a todos ustedes, muchas gracias a mi madre que, desde su tibio regazo, forjó para mí las mejores oportunidades educativas.

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